LÍMITES EN EDUCACIÓN INFANTIL

Una de las tareas más importantes y a la vez más difíciles para los padres es la de «poner límites». Y aunque se sabe que es «por el bien de ellos», decir que no cuesta bastante.
Si bien en general se reconoce la importancia de establecer límites, cómo y cuándo introducir los «no» son preguntas frecuentes, pero las respuestas no pueden ser universales, porque tienen que ver con los valores de los padres, de la sociedad y de la circunstancia particular de cada familia.
Es indudable que nuestra sociedad es mucho más permisiva que la de nuestros padres y esto se refleja en la educación, en ocasiones se pasa al extremo opuesto cuando no siempre esto sea lo correcto.
Cuando hablamos de límites, es importante tener en cuenta el momento evolutivo del niño, lo que determinará qué tipos de límites son los adecuados en la etapa en la que el niño se encuentra y cuál es la manera más acertada de realizarla.
Ya desde el momento en que el niño nace, se empiezan a establecer paulatinamente horarios de alimentación y de sueño. La satisfacción de estas necesidades básicas unidas al contacto afectivo de quien las prodiga, proporciona al niño una sensación de seguridad y estabilidad emocional indispensables para su sano desarrollo.
Cuando el niño comienza a caminar y jugar, se deben ir demarcando los lugares donde el niño podrá jugar evitando así que toda la casa se convierta en una gran zona de juegos. Es fundamental que a los niños se les incentive en la exploración de su entorno, pero dentro de un cierto orden y coherencia. Si es gratificante el juego con el agua esto no quiere decir que pueda derramar agua en cualquier sitio y momento.
En todas las etapas del crecimiento el «no» siempre aparece y los límites se van construyendo entre el permitir y el prohibir. Por un lado se le permite al bebé explorar su entorno a través de llevarse todo a la boca, tocar, jugar con diferentes objetos de la casa sobre todo de la cocina, cacerolas, etc, pero de la misma manera se le va mostrando y enseñando a alejarse de todo aquello que puede dañarlo, lo que quema, corta, mediante el no: “no se puede, no te acerques”.
Es fundamental en relación a este tema el lugar del padre como el primer límite, ya que debe poder hacer de corte de ese estrecho vínculo inicial entre la madre y su hijo. Sus intervenciones ayudarán al niño a «soltarse» y continuar su crecimiento. Es importantísimo para el niño que los padres se pongan firmes y digan «no», lógicamente que no debe ser algo arbitrario, el no por el no, para que realmente promueva el crecimiento del hijo.
Uno de los primeros “no” es el de impedir que el niño duerma en la cama de los padres como ya lo he comentado en otras ocasiones.
Silvia Ariel

¿Es mi hijo demasiado dependiente?

¿Cuando se puede considerar que un niño es demasiado dependiente? ¿Cuál es el grado de dependencia que se puede considerar adecuado para determinar que éste es excesivo, lo que comúnmente se expresa como que un niño está “enmadrado”?
En primer lugar hay que tener en cuenta que el niño desde su nacimiento va pasando por diferentes etapas que transcurren desde la total dependencia del adulto a un deseo de valerse por sí mismo en la medida en que va adquiriendo distintas habilidades como son andar, hablar, jugar.
Desde el nacimiento hasta los 2-3 años, se experimenta el cambio más significativo al dejar de ser un bebé que depende totalmente de un adulto para poder sobrevivir.
El ritmo en que se van adquiriendo las distintas habilidades puede diferir mucho de un niño a otro, sólo es motivo de alarma si se aprecia un retraso global, o si es un niño que por ejemplo no juega, no ser ríe, ni muestra satisfacción en el contacto con los demás, fundamentalmente con los padres.
No existen 2 niños iguales por lo tanto es imposible proporcionar “una receta” que de respuesta a cada una de las situaciones que puedan presentarse. Es de esperar que aproximadamente a los cinco años, la base del carácter y de la personalidad ya se vayan asentando, por lo tanto, las diferencias entre un niño 2 de años y uno de 5 años son grandes. A partir de los 6 años hasta la adolescencia, el crecimiento se irá produciendo a un ritmo más lento.

Lo fundamental para cualquier niño es sentirse querido por sus padres, esta es una condición básica para el desarrollo de la autoestima y para que el niño pueda separarse paulatinamente de ellos.
Una función importantísima de los padres es la de cuidar, tranquilizar y dar sostén emocional a su hijo, más aún cuando éste se siente mal, inseguro o asustado. Cuando los niños son tratados con calidez y respeto, tienen más facilidad para mostrarse independientes, pueden ser más flexibles y tolerar mejor las frustraciones. El que un niño pida ayuda de los padres no implica que sea un niño excesivamente dependiente, ocurre que ante situaciones que no consigue controlar puede sentirse desvalido al no contar todavía con las herramientas emocionales necesarias para hacer frente a determinadas situaciones. Si los padres han sabido crear un ambiente en el que el niño sabe que ellos responderán a su pedido con tranquilidad, seguramente repercutirá positivamente en el desarrollo emocional del niño.

Si lo que encuentra es la reprimenda, la burla, irá adquiriendo la idea de que no es bueno pedir ningún tipo de apoyo, se puede sentir malo, que molesta y que por lo tanto no se merece cualquier tipo de atención de los demás. No es nada raro escuchar a padres que digan “no me molestes con tonterías”.
Cuando los padres rechazan las peticiones de apoyo de los hijos, redundará negativamente en el concepto que el niño tiene de sí mismo y en su autoestima.

Cuando los padres por diferentes razones, ya sea por el tipo de personalidad que cada uno posee, o por las circunstancias que se estén viviendo en un momento determinado, les resulta difícil poder proporcionar un ambiente tranquilo, esto de alguna manera repercute en la personalidad del niño. Los niños que no son respetados son menos sociables, manifiestan rabia con mayor frecuencia, se relacionan peor con sus amigos y a medida que se hacen mayores tampoco consiguen controlar sus impulsos de manera efectiva.

Si un niño se siente inseguro, es probable que se muestre ansioso y que necesite aferrarse mucho más a sus padres, o a alguno de ellos en especial. Seguramente demandará una atención constante provocando generalmente respuestas negativas en sus padres, con lo cual se genera un círculo vicioso, en el cual los padres se alteran cada vez más, esto les impide conectar emocionalmente con sus hijos que se sienten más asustados, demandan más atención pero como lo hace con ansiedad y desasosiego, genera más rechazo y hostilidad.

Silvia Ariel Elinson