Taller sobre «Adolescencia Hoy»

Durante los próximos meses vamos a realizar este Taller, dirigido a profesionales y estudiantes que trabajen o se interesen por el mundo de los adolescentes.

Tratamos de crear un espacio en el cual podamos entender la adolescencia en el momento actual: una sociedad dónde los valores cambian, las familias ya no tienen la configuración tradicional y los medios de comunicación, la tecnología y la inmediatez e individualismo dominan la sociedad. “La era del vacío” como la denomina Gilles Lipovetsky, filósofo posmoderno que se acerca a analizar la realidad cotidiana de la vida actual.

Queremos trabajar de un modo práctico y ameno, para lo cual se presentarán acompañando a la exposición teórica, material clínico y audiovisual en los que se reflejan distintas situaciones que vemos cotidianamente en los adolescentes de hoy.

El adolescente de hoy no puede ser enmarcado dentro de los cánones con que se describía al adolescente del pasado.

La adolescencia es un hecho individual, pero transcurre en un medio cultural, social e histórico determinado, que marca las características de cada adolescencia.

LÍMITES EN EDUCACIÓN INFANTIL

Una de las tareas más importantes y a la vez más difíciles para los padres es la de «poner límites». Y aunque se sabe que es «por el bien de ellos», decir que no cuesta bastante.
Si bien en general se reconoce la importancia de establecer límites, cómo y cuándo introducir los «no» son preguntas frecuentes, pero las respuestas no pueden ser universales, porque tienen que ver con los valores de los padres, de la sociedad y de la circunstancia particular de cada familia.
Es indudable que nuestra sociedad es mucho más permisiva que la de nuestros padres y esto se refleja en la educación, en ocasiones se pasa al extremo opuesto cuando no siempre esto sea lo correcto.
Cuando hablamos de límites, es importante tener en cuenta el momento evolutivo del niño, lo que determinará qué tipos de límites son los adecuados en la etapa en la que el niño se encuentra y cuál es la manera más acertada de realizarla.
Ya desde el momento en que el niño nace, se empiezan a establecer paulatinamente horarios de alimentación y de sueño. La satisfacción de estas necesidades básicas unidas al contacto afectivo de quien las prodiga, proporciona al niño una sensación de seguridad y estabilidad emocional indispensables para su sano desarrollo.
Cuando el niño comienza a caminar y jugar, se deben ir demarcando los lugares donde el niño podrá jugar evitando así que toda la casa se convierta en una gran zona de juegos. Es fundamental que a los niños se les incentive en la exploración de su entorno, pero dentro de un cierto orden y coherencia. Si es gratificante el juego con el agua esto no quiere decir que pueda derramar agua en cualquier sitio y momento.
En todas las etapas del crecimiento el «no» siempre aparece y los límites se van construyendo entre el permitir y el prohibir. Por un lado se le permite al bebé explorar su entorno a través de llevarse todo a la boca, tocar, jugar con diferentes objetos de la casa sobre todo de la cocina, cacerolas, etc, pero de la misma manera se le va mostrando y enseñando a alejarse de todo aquello que puede dañarlo, lo que quema, corta, mediante el no: “no se puede, no te acerques”.
Es fundamental en relación a este tema el lugar del padre como el primer límite, ya que debe poder hacer de corte de ese estrecho vínculo inicial entre la madre y su hijo. Sus intervenciones ayudarán al niño a «soltarse» y continuar su crecimiento. Es importantísimo para el niño que los padres se pongan firmes y digan «no», lógicamente que no debe ser algo arbitrario, el no por el no, para que realmente promueva el crecimiento del hijo.
Uno de los primeros “no” es el de impedir que el niño duerma en la cama de los padres como ya lo he comentado en otras ocasiones.
Silvia Ariel

Identidad adolescente. Sus dificultades.

Quienes trabajamos con adolescentes hemos podido constatar los diferentes procesos en los que se ve envuelto el/a púber y el/a adolescente.

Está claro que es una etapa vivida con gran confusión, escenario de numerosas pérdidas, y a la vez tan llena de nuevos descubrimientos.
Frecuentemente en la consulta nos encontramos con un adolescente que, de forma manifiesta o no, se queja de su cuerpo, al que muchas veces rechaza, desconoce, maltrata o camufla. Un adolescente nos habla de un cuerpo con un nuevo aspecto, que cada vez más se va asemejando al cuerpo de los padres, generando contradicciones y rechazo.

Surge entonces la necesidad de diferenciarse, de parecer distinto, sintiendo que puede conseguirlo a través de la vestimenta, los piercings, los tatuajes. Cuanto más llamativo y alejado de los patrones adultos, mejor. ¡Más a salvo estará su nueva identidad!
La pubertad normal transcurre entre un ir y venir constante, entre el aferrarse al cuerpo infantil ya conocido, compañero de tantas experiencias placenteras, y ese nuevo cuerpo que se vive como ajeno, y que está desbordado por nuevas sensaciones y deseos.

En este período puberal, las experiencias infantiles que se poseen están impregnadas de todos aquellos mensajes que provenían de los padres. Mensajes que le conferían una identidad, la de niño mimado y admirado, junto al sentimiento de saber que se ocupa un lugar de preferencia dentro del seno familiar.
Por otro lado el adolescente también siente que de todo eso se tiene que despedir, que hay un mundo nuevo por descubrir.
Pero para poder ingresar en esa nueva etapa, el adolescente tendrá que ser capaz de elaborar el duelo por el propio cuerpo infantil que quedó atrás, inmerso en ese contexto de equilibrio en que se encontraba.

El adolescente, en este camino, se encuentra con una nueva situación que lo confunde. Se trata del duelo a elaborar con relación a sus padres de la infancia, especie de dioses que todo lo sabían, y por lo tanto tranquilizaban, y que ahora aparecen como seres que dudan y flaquean.

Por si fuera poco, el adolescente se encuentra muchas veces con unos padres que no siempre consiguen sobrellevar las crisis de sus hijos. Ellos también tendrán que desprenderse de una identidad otorgada por ese niño que tanto les admiraba, proporcionándoles una sensación de completud.

Ahora ese hijo le muestra más de cerca su vejez, y les traslada a su propia adolescencia, si tuvieron la oportunidad de tramitarla.
También pueden lamentarse y sentir cierta envidia hacia el hijo que vivirá tantas nuevas experiencias, y que ellos sólo vieron como un momento de sus vidas que se les escapaba por tener que pasar directamente a la vida adulta.

Los padres se sienten llenos de dudas por no saber cómo tratar a ese hijo, se pierden entre poner normas o no ponerlas. Actuar como amigos o conseguir mantenerse como padres, muchas veces represivos y distantes, y por supuesto esto todavía dificulta aún más este segundo proceso de separación que no siempre se produce con éxito.

Pero, para poder enfrentarse a estas situaciones conflictivas y conseguir adaptarse a lo nuevo, para poder ir adquiriendo un nuevo repertorio de actitudes frente a la vida, es indispensable que ese niño haya podido establecer con su madre un vínculo especial de unión y completad. Y también que el padre haya podido participar de esa relación, pero básicamente haber impulsado una separación de ese vínculo dual. De esta manera, la separación no será vivida como pérdida y sí como crecimiento y desarrollo.

Al hablar aquí de madre y padre, en realidad me estoy refiriendo a quien desempeñe la función materna y la función paterna.

Pero lamentablemente las relaciones afectivas entre padres e hijos no siempre ocurren de esta manera ideal, por las propias dificultades de los padres.

Si el niño siente que se ha quedado atrapado en esa relación dual, que nunca pudo sentirse lo suficientemente “contenido” por una mamá con dificultades para percibir las necesidades del hijo, para ser capaz de transformar el desasosiego en calma y serenidad, difícilmente ese adolescente podrá contar con la suficiente fuerza interna y con los recursos internos adecuados para hacer frente a los conflictos propios de su edad.
Si de la relación primera con su madre, o de quien desempeñe la función materna, y posteriormente con el padre no pudo obtener la vivencia y la sensación interna de seguridad, de tener esos objetos de amor dentro, para no sentirse solo en los momentos de soledad, poco podrá pensar en aquello que le angustia, porque hay algo que no se constituyó dentro de él, que es esa capacidad para estar tranquilo con uno mismo. Podríamos pensar en una especie de agujero dentro del psiquismo por donde se escapa la capacidad para pensar, para elaborar.

Entonces ante una sensación de desasosiego, pasará directamente a la acción, muchas veces haciéndose daño, otras somatizando, en definitiva entrando en un círculo cerrado en el que el sufrimiento lo conduzca a situaciones que le generen más sufrimiento aún.

Por eso considero nuestro labor como terapeutas tan importante, aunque nada fácil, al poder acompañar al adolescente en esta nueva experiencia de idas y retrocesos para que pueda transformarse en un adulto satisfecho consigo mismo.

Silvia Ariel

¿Es mi hijo demasiado dependiente?

¿Cuando se puede considerar que un niño es demasiado dependiente? ¿Cuál es el grado de dependencia que se puede considerar adecuado para determinar que éste es excesivo, lo que comúnmente se expresa como que un niño está “enmadrado”?
En primer lugar hay que tener en cuenta que el niño desde su nacimiento va pasando por diferentes etapas que transcurren desde la total dependencia del adulto a un deseo de valerse por sí mismo en la medida en que va adquiriendo distintas habilidades como son andar, hablar, jugar.
Desde el nacimiento hasta los 2-3 años, se experimenta el cambio más significativo al dejar de ser un bebé que depende totalmente de un adulto para poder sobrevivir.
El ritmo en que se van adquiriendo las distintas habilidades puede diferir mucho de un niño a otro, sólo es motivo de alarma si se aprecia un retraso global, o si es un niño que por ejemplo no juega, no ser ríe, ni muestra satisfacción en el contacto con los demás, fundamentalmente con los padres.
No existen 2 niños iguales por lo tanto es imposible proporcionar “una receta” que de respuesta a cada una de las situaciones que puedan presentarse. Es de esperar que aproximadamente a los cinco años, la base del carácter y de la personalidad ya se vayan asentando, por lo tanto, las diferencias entre un niño 2 de años y uno de 5 años son grandes. A partir de los 6 años hasta la adolescencia, el crecimiento se irá produciendo a un ritmo más lento.

Lo fundamental para cualquier niño es sentirse querido por sus padres, esta es una condición básica para el desarrollo de la autoestima y para que el niño pueda separarse paulatinamente de ellos.
Una función importantísima de los padres es la de cuidar, tranquilizar y dar sostén emocional a su hijo, más aún cuando éste se siente mal, inseguro o asustado. Cuando los niños son tratados con calidez y respeto, tienen más facilidad para mostrarse independientes, pueden ser más flexibles y tolerar mejor las frustraciones. El que un niño pida ayuda de los padres no implica que sea un niño excesivamente dependiente, ocurre que ante situaciones que no consigue controlar puede sentirse desvalido al no contar todavía con las herramientas emocionales necesarias para hacer frente a determinadas situaciones. Si los padres han sabido crear un ambiente en el que el niño sabe que ellos responderán a su pedido con tranquilidad, seguramente repercutirá positivamente en el desarrollo emocional del niño.

Si lo que encuentra es la reprimenda, la burla, irá adquiriendo la idea de que no es bueno pedir ningún tipo de apoyo, se puede sentir malo, que molesta y que por lo tanto no se merece cualquier tipo de atención de los demás. No es nada raro escuchar a padres que digan “no me molestes con tonterías”.
Cuando los padres rechazan las peticiones de apoyo de los hijos, redundará negativamente en el concepto que el niño tiene de sí mismo y en su autoestima.

Cuando los padres por diferentes razones, ya sea por el tipo de personalidad que cada uno posee, o por las circunstancias que se estén viviendo en un momento determinado, les resulta difícil poder proporcionar un ambiente tranquilo, esto de alguna manera repercute en la personalidad del niño. Los niños que no son respetados son menos sociables, manifiestan rabia con mayor frecuencia, se relacionan peor con sus amigos y a medida que se hacen mayores tampoco consiguen controlar sus impulsos de manera efectiva.

Si un niño se siente inseguro, es probable que se muestre ansioso y que necesite aferrarse mucho más a sus padres, o a alguno de ellos en especial. Seguramente demandará una atención constante provocando generalmente respuestas negativas en sus padres, con lo cual se genera un círculo vicioso, en el cual los padres se alteran cada vez más, esto les impide conectar emocionalmente con sus hijos que se sienten más asustados, demandan más atención pero como lo hace con ansiedad y desasosiego, genera más rechazo y hostilidad.

Silvia Ariel Elinson